Catorce
kilómetros, esa es la distancia que separa San Marcos de Catarina, dos poblados
de los departamentos de Carazo y Masaya, respectivamente. Tras una semana planeando el viaje, nos decidimos a
hacer el trayecto andando, recorriendo la conocida como Ruta de los Pueblos
Blancos con los pies, pasando por todos y cada uno de los pueblos: San Marcos,
Masatepe (cuna de la artesanía maderera), Nandasmo (y sus vistas a la laguna de
Masaya), Niquinohomo (cuna de revolucionarios), San Juan de Oriente (y sus
artesanos de la cerámica) y Catarina (con sus ojos puestos en la Laguna de
Apoyo).


Llegamos
Viernes a la noche a la ciudad de San Marcos, buscando hospedaje, todo parece
caro, pero tenemos poco tiempo para decir, así que aceptamos dormir por unos
excesivos 6$ (sobre todo si vas a ocupar el departamento única y exclusivamente
durante 6 horas). El Sábado abandonamos la habitación a las 5 de la mañana, mientras
el Sol calienta las gotas de la tormenta nocturna y rompe la oscuridad de la
dictadura Lunar. Una rápida vista del pueblo de San Marcos, su iglesia, su
parque central y dirección a Masatepe. La carretera es mucho más verde al
paisaje al que estamos acostumbrados en Diriamba, durante el recorrido
observamos como el Sol comienza a abrasar la piel, como los trabajadores ponen
rumbo a sus oficios (el hambre no entiende de descanso), camiones repletos de
plátanos verdes (futuros tostones), vendedoras de fruta y una llovizna que
ayuda a reservar energías.
A las
7 de la mañana llegamos a Masatepe, después de 7km andando (parada para
desayunar algo de fruta tropical incluida). A la llegada a la ciudad
descubrimos que son la fiestas patronales, y que justo ese día alberga el
tradicional desfile de hípica, pero es demasiado tarde para nuestro objetivo y
decidimos partir hacia Nandasmo. No sin antes degustar la ancestral sopa de
Mondongo, fotografiar las pintorescas calles y el colorido mercado.
Desde Masatepe hasta Nandasmo
distinguimos la principal característica de la población de esta entrañable
zona: la artesanía maderera. Incontables talleres, a ambos lados de la
carretera, con numerosos muebles de madera, sillones, mecedoras, sofás, mesas…


En Nandasmo nos espera una de las
maravillas naturales del viaje: la Laguna de Masaya. Una acumulación de agua de
origen volcánico, antiguo cráter, que hoy alberga playas, peces y bañistas,
pero que conserva los indígenas petroglifos. Los petroglifos son dibujos sobre piedra
que realizaban los indios Chorotegas y Náhuatl, en estos dibujos se cuentan
historias sobre la tradición indígena, como la caza, los animales que
observaban, sus creencias, deidades… Aceptando que la cultura no es una
mercancía con la cual se pueda comercializar, que debe de estar al acceso de
todos y cada uno de los individuos de la Tierra, no se entiende cómo puede
encontrarse un yacimiento de petroglifos bajo capital privado. No se puede
consentir que ese bien cultural solo pueda ser estudiado por quien posea
dinero, la cultura y el conocimiento son parte del pueblo, y solo él puede
gestionarlo correctamente para el bien colectivo.

El
siguiente núcleo poblacional en nuestra senda es Niquinohomo, territorio que
vio nacer al revolucionario-luchador-guerrillero Augusto C. Sandino, padre del
Ejército de Hombres Libres que no descansó hasta expulsar de terreno
Nicaragüense al ejército invasor e imperialista de los Estados Unidos y hombre
que sentó las bases de la lucha en la montaña Nicaragüense para el futuro
Frente Sandinista de Liberación Nacional.
Así, observamos dos estatuas
dedicadas al guerrillero: el mencionado Sandino y William Ramírez Solórzano,
recordando a los que lucharon como a héroes de la clase obrera, que dieron su vida por una causa justa, por una sociedad mejor, alejada de la explotación del hombre por el hombre, del enriquecimiento a costa de los demás, del beneficio de unos pocos con el sudor de unos muchos. Recordando a los que prefirieron enfrentarse de cara a la realidad, que mirar hacia otro lado, prefirieron señalar directamente a los culpables de tanta barbarie que camuflar con reformas la sangre proletaria; por ello perdieron su vida, pero no su memoria luchadora.

Llegando
al final del recorrido visitamos los dos últimos pueblos: San Juan de Oriente y
Catarina. El primero es la principal ciudad de la zona dedicada a la artesanía
de la cerámica. Al igual que los talleres de madera en Masatepe, en San Juan de
Oriente las calles están repletas de talleres de cerámica: vasijas, tazas,
vasos, platos, cuadros, monolitos… Llama la atención la cerámica de motivos
indígenas, quizá porque desde siempre me interesé por la cultura predecesora al
sangriento colonialismo Europeo, porque siempre me sitúo al lado de los oprimidos,
y ellos sufrieron una de las mayores masacres en la injusta historia de la
humanidad. Esta cerámica de carácter indio rememora los dioses prohibidos por
la cruz y la espada, el dios Sol, el dios del Maíz, el Jaguar, las aves
coloridas, el Fuego, el Agua, la Luna, la Tierra…



Decidimos
hacer noche en la orilla de la Laguna, y merece la pena. En el trayecto que
realizamos desde Catarina hasta abajo no cesan de escucharse exclamaciones de
los cuatro que componemos el grupo. Una vez a los pies del antiguo cráter (la
Laguna de Apoyo es una de las lagunas cratéricas de Nicaragua, esto quiere
decir que lo que actualmente se observa como Laguna fue anteriormente el cráter
de un volcán, y que esa agua procede del interior de la Tierra y posee grandes
y variedades propiedades minerales) volvemos a sentir interiormente la
sensación de estar ante un cuadro de Pollock, no puedes creer que sea posible,
el color del crepúsculo solar, las nubes naranjas, azules, lilas, rojas,
amarillas y el agua del lago removiendo toda esta paleta y reflejando infinidad
de formas indefinidas abiertas a la libre interpretación del observador.
Es por
eso, que en un atardecer, un enamorado puede ver el amor atravesando las nubes
y recalando de forma suave en la superficie acuática, mientras un derrotado
pesimista observa la crudeza de la vida en los oscuros tonos de la noche
alcanzando su máximo esplendor. Y es por
este mismo motivo que uno decide dormir apenas unas horas, para ver de qué
forma es capaz de interpretar el poeta el amanecer, ver como las conexiones
entre el sistema ocular y el sistema límbico crean millones de moléculas que
hacen acelerar el corazón, vasoconstreñir el sistema arterial, dilatar las
pupilas, fomentar la excreción de sal por los conductos aledaños la ventana del
ser humano… y el resultado es inenarrable. Por nada en el mundo cambiaría la
sensación que se vive al escribir un poema pesimista, de nostalgia pura,
sentado sobre un muelle de madera, en las aguas de una Laguna ancestral y solo,
solo pero acompañado del aullar del mono congo, de los incipientes rayos de
Sol, del aletear del colibrí entre los pétalos de la flor y del ave surcando
las aguas en busca de alimento con escamas… acompañado de la inmensa soledad de
la naturaleza, único medio en que un ser vivo alcanza su plenitud vital, donde
se da cuenta uno de lo que quiere ser y de lo que quiere vivir.
Es
precioso finalizar un viaje dejando que el bolígrafo fluya sobre el papel, que
la mente dance como una condenada entre cábalas, pesadillas y sueños, que las
palabras hagan florecer narraciones que para algunas (pocas) personas son el
alivio tras la tormenta de lágrimas, que la simple conjunción de letras te
permita acercarte a un lugar muy lejano, y sentir el abrazo, y escuchar las
risas, y notar el tacto sobre tu rostro ansioso de nostálgicas caricias.
Diriamba 30/06/2014