viernes, 25 de julio de 2014

Polvo de estrellas

Veinticinco de Julio de 2014, casi medio mes después me dispongo a compartir los sentimientos que experimente y todavía retengo en mi órgano sensorial de mayor tamaño, y que se empeñan en no abandonarme. Iniciamos uno de los viajes más largos y especiales del trayecto, tras un interminable recorrido en bus entre viento, lluvia y cumbia, más de cinco horas de carretera y un sinfín de rostros que recorren el mecanizado transporte sin saber cuál es su rumbo. ¿Será el señor de bigote vendiendo cuajada destino a Juigalpa el campesino revolucionario que su sombrero dejaba entrever? ¿Será la mujer de rostro triste una víctima más del sistema capitalista? ¿O será una de tantas heroínas que ayudó a esconder a guerrilleros en su propia casa para evitar su captura por la reaccionaria Guardia Real? ¿Será el joven cobrador de pasajes un alma perdida sin ideales? ¿O formará parte de la juventud que cambiará el hipócrita mundo en el que vivimos?


Incógnitas que nunca resolveremos, seguramente, pero que si nos ayudarán a divagar, como ayudó a divagar el universo a Ernesto Cardenal. “Solo somos polvo de estrellas”, y como tal, fuimos a caer en una de las tantas islas que agrupa el indómito archipiélago de Solentiname. Nuestra primera visita por esta acuática galaxia nos empuja a la isla de Mancarrón, en el archipiélago anteriormente citado. Artesanía indígena, estas dos palabras son suficientes para describir la isla, sus habitantes, su cultura, historia… artesanía, porque todo y cada uno de lo que uno encuentra está hecho por la mano del obrero indígena, por el sudor del cortador de caña de azúcar harto de sangrar por la frente y desvanecer por el estómago, e indígena porque todo rebosa a ese aroma tropical de los Chorotegas, ese festival del color, rojo por aquí, purpura por allá, destello de azul sobre un matiz amarillo en la otra cara y en su opuesta un reborde negro recorriendo la finura del valle pintado de verde esperanza…



No es de extrañar que el gran poeta y camarada Ernesto Cardenal viese en esta isla la influencia necesaria para crear una de las comunidades indígenas más productivas e imaginativas de la geografía centroamericana. La verdor florística recorre todos y cada uno de los metros cuadrados del terreno aislado de tierra firme, las oropéndolas cantando desde sus colgantes nidos, el agua rodeando la roca ígnea, los sedimentos a la orilla del lago (donde reposa tranquila una vieja barca colorida con la vela plegada) que destella ante un atardecer dorado que pronostica un más áurico todavía amanecer…



El segundo destino al que el polvo procedente de uno de tantos astros apagados por el tiempo, o por la falta de amor (¿no es lo mismo?), fue a caer en la Reserva de Vida Silvestre de Los Guatuzos. Este territorio fue ocupado por los indígenas guatusos, pero la colonización y la fuerte industrialización hizo que huyeran hacia la cercana nación de Costa Rica, para formar una nueva comunidad, con unas viejas normas y estructuras. Los Guatuzos no albergan ya indígenas tropicales, su lugar lo ocupan los mosquitos que pueden aumentar a sus anchas la población ante tal cantidad de agua estancada (una industria natural de dengue). Pero además de estos insectos la reserva está recubierta por un paraíso faunístico y floral para cualquier amante de la naturaleza: caimanes por todos los lugares, helechos de metros y metros de alto, monos araña, carablanca y congo (aullando a cada paso que insertas en su tupida selva), iguanas de proporciones inimaginables, garzas, martín pescador, colibrís (un orgasmo avícola en su máximo esplendor), orquídeas inapreciables para el ojo humano, hongos deslumbrantes y epífita flora sobre la húmeda lignina. Duele mucho pensar que en una zona tan fértil sea el hambre una de las lacras que recubren el paisaje de hambruna y deforestación.

















El tercer destino de la mota astral fue el anormal pueblo de El Castillo. Una fortaleza del siglo XVI defiende el territorio del Río San Juan de piratas (de parche en ojo o de barras y estrellas en bandera). Un pueblo con aspecto caribeño, y con paisaje selvático a sus espaldas y a su frente, con un gran raudal recorriendo su mediatriz, un pueblo en el cual recordar que no somos más que instantes, más que motas de segundos que aspiran a vivir alegres en soledad, convencidos de que la distancia es un obstáculo insalvable y que duele más el no poder hacerlo que el no saber hacerlo.



Un pueblo recorrido de dentro a fuera por un caudal de agua sobrecogedor, un río que haría olvidar, al mejor poeta que he leído, todas sus penas, un río sobre el cual esos verso pesimistas le cantarían a la belleza, y no a la pérdida de una princesa, un río sobre el cual el surfista quemaría su tabla y montaría una de tantas canoas en busca de guapote y sábalo, un río sobre el que las lágrimas de la vía láctea que formó el big bang de tus ojos harían que desbordase y se adentrase en tan indómita formación arbórea.


Y llegar a San Juan de Nicaragua, zona caribeña en plena tormenta (¿tormenta?¿alguien se atreve de hablar de tormenta sabiendo que a cada bocanada de aire mueren sonrisas en mi corteza cerebral como niños en la franja de Gaza?) que desprende un aroma a coco y pescado asado muy característico, un pueblo abandonado por el capitalismo (fue el lugar elegido para realizar el canal interoceánico hoy situado en Panamá) porque este resistió rebelde ante el imperialismo, como el pueblo de Solentiname asediando San Carlos, como no resistió Panamá sirviendo sus aguas a los cargueros de tan magnas empresas forjadas al calor del oro negro y sangre proletaria-campesina. Abandonado del desarrollo industrial, pero no abandonado del desarrollo natural, allí las lapas sobrevuelan a sus anchas, como sobrevolaron los aviones del frente en la revolucionaria guerra, allí los manatís surcan el agua buscando alimento entre fanerógamas, como los piratas surcaron el río a contracorriente buscando el dorado caribeño que escondía el Indio Maíz (reserva de la biosfera que abraza en casi todo su recorrido al Río San Juan) entre tucanes y cocodrilos.

Después de recorrer la inmensidad de un río inacabable, ¿alguien se atreve a valorar el papel del ser humano en este mundo?. Después de ver la naturaleza arrodillarse ante el paso del tiempo, ¿alguien se atreve a creer ser el centro del mundo?. Después de percibir a la fauna huir de la evolución, ¿alguien se atreve a permanecer anclado en el pasado?¿alguien se atreve a mirar a los ojos al futuro?. Después de compartir con un letrado especializado en lienzos ¿alguien se atreve a discutirle a la soledad la libertad?. Después tocarte con mis manos, ninguna piel recubre mis valles dactilares como lo hizo tu carnosa seda. Como dijo el lúcido Alfonso Cortés:

“Un trozo azul tiene mayor
Intensidad que todo el cielo
Yo siento que allí vive, a flor
Del éxtasis feliz, mi anhelo…”








Fuiste el cielo que hoy observo desde mi ventana, entre vinos, nostalgia, galaxias y  polvo de estrellas, que serán futuros pesimistas enamorados.

25/04/2014


Diriamba



martes, 1 de julio de 2014

Ruta de los Pueblos Blancos

Catorce kilómetros, esa es la distancia que separa San Marcos de Catarina, dos poblados de los departamentos de Carazo y Masaya, respectivamente. Tras una semana planeando el viaje, nos decidimos a hacer el trayecto andando, recorriendo la conocida como Ruta de los Pueblos Blancos con los pies, pasando por todos y cada uno de los pueblos: San Marcos, Masatepe (cuna de la artesanía maderera), Nandasmo (y sus vistas a la laguna de Masaya), Niquinohomo (cuna de revolucionarios), San Juan de Oriente (y sus artesanos de la cerámica) y Catarina (con sus ojos puestos en la Laguna de Apoyo).


Llegamos Viernes a la noche a la ciudad de San Marcos, buscando hospedaje, todo parece caro, pero tenemos poco tiempo para decir, así que aceptamos dormir por unos excesivos 6$ (sobre todo si vas a ocupar el departamento única y exclusivamente durante 6 horas). El Sábado abandonamos la habitación a las 5 de la mañana, mientras el Sol calienta las gotas de la tormenta nocturna y rompe la oscuridad de la dictadura Lunar. Una rápida vista del pueblo de San Marcos, su iglesia, su parque central y dirección a Masatepe. La carretera es mucho más verde al paisaje al que estamos acostumbrados en Diriamba, durante el recorrido observamos como el Sol comienza a abrasar la piel, como los trabajadores ponen rumbo a sus oficios (el hambre no entiende de descanso), camiones repletos de plátanos verdes (futuros tostones), vendedoras de fruta y una llovizna que ayuda a reservar energías.

A las 7 de la mañana llegamos a Masatepe, después de 7km andando (parada para desayunar algo de fruta tropical incluida). A la llegada a la ciudad descubrimos que son la fiestas patronales, y que justo ese día alberga el tradicional desfile de hípica, pero es demasiado tarde para nuestro objetivo y decidimos partir hacia Nandasmo. No sin antes degustar la ancestral sopa de Mondongo, fotografiar las pintorescas calles y el colorido mercado.

Desde Masatepe hasta Nandasmo distinguimos la principal característica de la población de esta entrañable zona: la artesanía maderera. Incontables talleres, a ambos lados de la carretera, con numerosos muebles de madera, sillones, mecedoras, sofás, mesas…


En Nandasmo nos espera una de las maravillas naturales del viaje: la Laguna de Masaya. Una acumulación de agua de origen volcánico, antiguo cráter, que hoy alberga playas, peces y bañistas, pero que conserva los indígenas petroglifos. Los petroglifos son dibujos sobre piedra que realizaban los indios Chorotegas y Náhuatl, en estos dibujos se cuentan historias sobre la tradición indígena, como la caza, los animales que observaban, sus creencias, deidades… Aceptando que la cultura no es una mercancía con la cual se pueda comercializar, que debe de estar al acceso de todos y cada uno de los individuos de la Tierra, no se entiende cómo puede encontrarse un yacimiento de petroglifos bajo capital privado. No se puede consentir que ese bien cultural solo pueda ser estudiado por quien posea dinero, la cultura y el conocimiento son parte del pueblo, y solo él puede gestionarlo correctamente para el bien colectivo.



El siguiente núcleo poblacional en nuestra senda es Niquinohomo, territorio que vio nacer al revolucionario-luchador-guerrillero Augusto C. Sandino, padre del Ejército de Hombres Libres que no descansó hasta expulsar de terreno Nicaragüense al ejército invasor e imperialista de los Estados Unidos y hombre que sentó las bases de la lucha en la montaña Nicaragüense para el futuro Frente Sandinista de Liberación Nacional. 
Así, observamos dos estatuas dedicadas al guerrillero: el mencionado Sandino y William Ramírez Solórzano, recordando a los que lucharon como a héroes de la clase obrera, que dieron su vida por una causa justa, por una sociedad mejor, alejada de la explotación del hombre por el hombre, del enriquecimiento a costa de los demás, del beneficio de unos pocos con el sudor de unos muchos. Recordando a los que prefirieron enfrentarse de cara a la realidad, que mirar hacia otro lado, prefirieron señalar directamente a los culpables de tanta barbarie que camuflar con reformas la sangre proletaria; por ello perdieron su vida, pero no su memoria luchadora.




Llegando al final del recorrido visitamos los dos últimos pueblos: San Juan de Oriente y Catarina. El primero es la principal ciudad de la zona dedicada a la artesanía de la cerámica. Al igual que los talleres de madera en Masatepe, en San Juan de Oriente las calles están repletas de talleres de cerámica: vasijas, tazas, vasos, platos, cuadros, monolitos… Llama la atención la cerámica de motivos indígenas, quizá porque desde siempre me interesé por la cultura predecesora al sangriento colonialismo Europeo, porque siempre me sitúo al lado de los oprimidos, y ellos sufrieron una de las mayores masacres en la injusta historia de la humanidad. Esta cerámica de carácter indio rememora los dioses prohibidos por la cruz y la espada, el dios Sol, el dios del Maíz, el Jaguar, las aves coloridas, el Fuego, el Agua, la Luna, la Tierra…





Decidimos hacer noche en la orilla de la Laguna, y merece la pena. En el trayecto que realizamos desde Catarina hasta abajo no cesan de escucharse exclamaciones de los cuatro que componemos el grupo. Una vez a los pies del antiguo cráter (la Laguna de Apoyo es una de las lagunas cratéricas de Nicaragua, esto quiere decir que lo que actualmente se observa como Laguna fue anteriormente el cráter de un volcán, y que esa agua procede del interior de la Tierra y posee grandes y variedades propiedades minerales) volvemos a sentir interiormente la sensación de estar ante un cuadro de Pollock, no puedes creer que sea posible, el color del crepúsculo solar, las nubes naranjas, azules, lilas, rojas, amarillas y el agua del lago removiendo toda esta paleta y reflejando infinidad de formas indefinidas abiertas a la libre interpretación del observador. 

Es por eso, que en un atardecer, un enamorado puede ver el amor atravesando las nubes y recalando de forma suave en la superficie acuática, mientras un derrotado pesimista observa la crudeza de la vida en los oscuros tonos de la noche alcanzando su máximo esplendor. Y  es por este mismo motivo que uno decide dormir apenas unas horas, para ver de qué forma es capaz de interpretar el poeta el amanecer, ver como las conexiones entre el sistema ocular y el sistema límbico crean millones de moléculas que hacen acelerar el corazón, vasoconstreñir el sistema arterial, dilatar las pupilas, fomentar la excreción de sal por los conductos aledaños la ventana del ser humano… y el resultado es inenarrable. Por nada en el mundo cambiaría la sensación que se vive al escribir un poema pesimista, de nostalgia pura, sentado sobre un muelle de madera, en las aguas de una Laguna ancestral y solo, solo pero acompañado del aullar del mono congo, de los incipientes rayos de Sol, del aletear del colibrí entre los pétalos de la flor y del ave surcando las aguas en busca de alimento con escamas… acompañado de la inmensa soledad de la naturaleza, único medio en que un ser vivo alcanza su plenitud vital, donde se da cuenta uno de lo que quiere ser y de lo que quiere vivir.

Es precioso finalizar un viaje dejando que el bolígrafo fluya sobre el papel, que la mente dance como una condenada entre cábalas, pesadillas y sueños, que las palabras hagan florecer narraciones que para algunas (pocas) personas son el alivio tras la tormenta de lágrimas, que la simple conjunción de letras te permita acercarte a un lugar muy lejano, y sentir el abrazo, y escuchar las risas, y notar el tacto sobre tu rostro ansioso de nostálgicas caricias.




Diriamba 30/06/2014