Ciudad de Diriamba, Nicaragua, 15 de Noviembre de 2014. En el
pequeño espacio temporal que el clima tropical pacta con los habitantes de la
calle, entre las lluvias torrenciales y los vientos huracanados, un grupo de
jóvenes de la citada ciudad deciden aportar su grano de arte a los muros de su
patria. Partieron de un encargo de una escuela pública local para realizar un
mural sobre la educación. Una lluvia de ideas sobre la educación: respeto,
hermandad, solidaridad, cultura. Respeto, el revolucionario saludo a la bandera
nicaragüense; hermandad, dos manos entrelazadas sujetando su mutuo peso;
solidaridad, las banderas de tres patrias ejemplares como Venezuela, Cuba y el
FSLN que se ayudan sin buscar nada a cambio; y cultura, el rostro del cacique
Diriangen escoltando la silueta del General de Hombres Libres.
La impaciencia les corroía por dentro, querían pintar ya el
mural, pero no llegaban noticias desde las oficinas. Decidimos reunir a todos y
proponer la única salida: recolectar dinero de los negocios y vecinos locales
para comprar la pintura necesaria, conseguir el los accesorios como brochas,
rodillos, cubos… de casa y buscar un muro alternativo y visible para plasmar el
boceto.
Todos aceptan y pasan a la acción, después de días de
recorrer las calles de negocio en negocio, pidiendo colaboración para un
proyecto alternativo y creativo con jóvenes de la ciudad, después de solicitar
permiso para pintar un muro céntrico, después de empaparnos en las noches
lluviosas caminando entre pizzerías, panaderías y parques, después de modificar
mil y una veces el boceto original, de añadir y eliminar colores, figuras,
letras… llegó el día.
A las 8 de la mañana doblo la esquina del mural y ahí estaban
todos, esperando, con una sonrisa entre los labios y bromeando, con la
impaciencia en la muñeca agitando aerosoles. Empezamos coloreando todo el muro
de blanco hueso, extrayendo el máximo posible de cada mililitro de pintura, y
esperando unos largos 20 minutos a que secara perfectamente el crema claro
sobre el concreto. Empiezan a sonar los botes de pintura spray agitándose, el
olor a pintura y el sonido del gas saliendo a presión de su celda de aluminio. Un
trazo negro sobre el hueso se extiende, el spray va pasando de mano en mano
(condición obligatoria) como un ritual en el cual todos son participes de todo,
como los zapatistas y su “para todos todo, nada para nosotros”, unas líneas más
curvas que otras, muy onduladas, con poca pintura o con excesiva y sus
consiguientes goteras. Es el proceso de aprender, caerse para levantarse,
equivocarse para corregir, conocer los errores, su causa y su solución… poco a
poco se va llenando de color el gris muro, de mensajes y de vecinos que se
acercan, nos felicitan por el trabajo, nos animan, nos piden permiso para
fotografiar la escena, nos proponen nuevos proyectos y reciben, los chicos
diriambinos, la felicitación de un compañero de profesión, de pueblo y de arte.
La jornada finaliza compartiendo risas, bromas y comida con
los últimos resistentes (después de 9 horas delante del muro y del sol). El
trabajo que realizan no es ningún crimen, si se hace con conciencia, si se hace
con la intención de transmitir un mensaje, una opinión que haga avanzar a la
sociedad de la que formamos parte, que haga mejorar nuestra comunidad, que
ponga un microgramo de esperanza en la humanidad. Es el trabajo de moldear las
ideas y expulsarlas al exterior, el trabajo de estrujar la masa cerebral hasta
conseguir aportar algo nuevo al panorama, el trabajo de controlar la presión
que ejercen miles de músculos dactilares sobre la boquilla del spray, el
trabajo de desgastar día tras día el negro grafito sobre el blanco folio, el trabajo
de dar vida al inerte, gris e inmóvil cemento. Al fin y al cabo, lo que mejor
define a esta extraña estirpe de locos, en la región de las artesanías
milenarias, los portainciensos mayas, los telares catchiqkeles, los petroglifos
chorotegas, es la definición derivada de un amigo de la pampa: artesanos del
cemento.
Diriamba, 12/01/15