Primeros días en Nicaragua, en plena época estival, el calor
abrasa nuestra piel, pero no nuestras ganas de conocer. Conocemos la asociación
con la que vamos a compartir nuestra experiencia en esta América Central
(APAN), nos comentan los proyectos que llevan a cabo, los que quieren emprender
con nosotros, lo que esperan de todos y cada uno de nosotros… y eso nos hace
sentir enormemente bien, útiles, válidos para la sociedad; no esta que nos
esclaviza y humilla, que no nos trata como a seres humanos, si no la sociedad
que el Ché, Fidel, Bolívar… quisieron y quieren para estas fértiles tierras.
Sabemos que hemos vebido aquí a ayudar, a solidarizarnos activamente con una
población marginada y a la que el capitalismo repudia, por eso nuestra
convicción de que vamos a ayudar a que su vida sea más vida es cada vez más
grande.
Vladimir, así es el nombre del niño que conozco en estos
primeros encuentros en el centro educativo. Su rostro es apagado, no muestra
alegría, a pesar de que juega, solo, en el parque trasero. Saco fotos del
paisaje, de la infraestructura de la asociación, animales… y Vladimir me mira,
sin atisbar felicidad en su mirada. Me
sobresalta, ese niño tiene mucha más luz de la que cualquier astro pueda
desprender jamás, pide a gritos un cambio, lucha, empatía… Me acerco y le
pregunto si puedo tomarle una foto, asiente con la cabeza. Continúa
balanceándose en el columpio, sin sonreír, sin cambiar su gesto. Entonces le
pregunto su nombre (me viene a la mente el gran luchador soviético, Vladimir
Ilich Ulianov, bolchevique de pura sangre) le choco, primero la palma y después
el puño cerrado, acto seguido le ofrezco mi cámara para que haga unas
fotografías, decide fotografiarme a mí. Sonrío, al igual que él cuando le
choqué la mano, cuando sintió que alguien cerca de él le apoyaba, le
comprendía, le ayudaba. Sin saberlo, él dibujo con sus dedos una sonrisa en mi
boca, como yo dibujé esa felicidad en su rostro cuando nuestros dedos
impactaron (primero abiertos y después cerrados) en un acto de hermandad. Esa
sonrisa mutua hizo que Vladimir y Víctor, compartiendo dolor, dibujasen en sus
caras, mediante los dedos, la sonrisa que ambos añoraban.
“Toco tu boca, con un dedo toco el borde de tu boca, voy
dibujándola como si saliera de mi mano, como si por primera vez tu boca se
entreabriera, y me basta cerrar los ojos para deshacerlo todo y recomenzar,
hago nacer cada vez la boca que deseo, la boca que mi mano elige y te dibuja en
la cara, una boca elegida entre todas, con soberana libertad elegida por mí
para dibujarla con mi mano en tu cara, y que por un azar que no busco
comprender coincide exactamente con tu boca que sonríe por debajo de la que mi
mano te dibuja…” Julio Cortázar, Rayuela,
capítulo 7
Diriamba, 4/04/2014
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